Por amor de tu Amor

Wednesday, January 19, 2011

San Alfonso-María de Liguorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia
5º sermón para la novena de Navidad

«Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo»


«Decid a los cobardes de corazón: Sed fuerte, no temáis... el mismo Dios vendrá a salvaros» (Is 35,4). Se ha realizado esta profecía: que me esté permitido, pues, dar ahora gritos de alegría: ¡Alegraos, hijos de Adán, alegraos; lejos de vosotros todo desánimo! Viendo vuestra debilidad e impotencia para resistir a tantos enemigos «desterrad de vosotros todo temor, Dios mismo vendrá y os salvará». ¿Cómo vino él mismo y os ha salvado? Dándoos la fuerza necesaria para hacer frente y superar todos los obstáculos para vuestra salvación. ¿Y cómo el Redentor os ha procurado esta fuerza? Siendo fuerte y todopoderoso, se hizo débil; cargó sobre él nuestra debilidad, y nos comunicó su fuerza...

Dios es todopoderoso: «Señor, gritaba Isaías, ¿quién resistirá la fuerza de tu brazo?» (40,10)... Pero las heridas que el pecado provocó en el hombre lo debilitaron de tal manera que se quedó incapaz de resistir a sus enemigos. ¿Qué es lo que ha hecho el Verbo eterno, la Palabra de Dios? De fuerte y todopoderoso que era, se hizo débil; se revistió de la debilidad corporal del hombre para procurar al hombre, a través de sus méritos, la necesaria fuerza de alma...; se hizo niño... Finalmente, al término de su vida, en el Huerto de los Olivos cargó con vínculos de los que no se pudo desprender. En el pretorio, fue atado a una columna para ser flagelado. Después, con la cruz sobre sus hombros, faltado de fuerzas, cae a menudo a lo largo del camino. Clavado en la cruz, no puede liberarse... ¿Somos débiles nosotros? Pongamos toda nuestra confianza en Jesucristo y lo podremos todo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» decía el apóstol Pablo (Flp 4,13). Todo lo puedo, no por mis propias fuerzas, sino con las que me han obtenido los méritos de mi Redentor.


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Friday, August 25, 2006

Misericordia quiero y no sacrificios

Del salmo 54

Violencia y discordia veo alrededor:
día y noche hacen la ronda
sobre sus murallas;

en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza
la crueldad y el engaño.

Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él;

pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
Juntos íbamos entre el bullicio
por la casa de Dios.

Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.

Dios escucha mi voz:
su paz rescata mi alma
de la guerra que me hacen,
porque son muchos contra mí.

Dios me escucha,
el que reina desde siempre,
porque no quieren enmendarse
ni temen a Dios.

Su boca es más blanda que la manteca,
pero desean el conflicto;
sus palabras son más suaves que el aceite,
pero son puñales.

Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás que el justo caiga.

Dios mío,
Pero yo confío en ti.

Tuesday, July 18, 2006

La Castidad del Amor o el Amor a la Castidad

La Castidad del Amor o el Amor a la Castidad
De Cartas a Filotea, de San Francisco de Sales


LA NECESIDAD DE LA CASTIDAD

La castidad es el lirio de las virtudes; ella hace a los hombres iguales a los ángeles; nada es bello sino por la pureza, y la pureza de los hombres es la castidad. La castidad se llama honestidad, y su profesión, honra; también se llama integridad, y su contrario, corrupción; resumiendo, ella tiene la gloria particular de ser la bella y blanca virtud del alma y del cuerpo.

Nunca es lícito permitirse cualquier placer impúdico de nuestro cuerpo, sea cual fuere.

El corazón casto es como la madreperla, que no puede recibir ninguna gota de agua que no baje del cielo.

Por el primer grado de esta virtud, guárdate, Filotea, de admitir ninguna clase de delectación, que esté prohibida y vedada. Por el segundo grado, huye, cuanto te sea posible, de las delectaciones inútiles y superfluas, aunque sean lícitas y estén permitidas. Por el tercero, no pongas afecto en los placeres y deleites.

Las vírgenes necesitan una castidad en extremo simple y delicada, para alejar de su corazón toda suerte de pensamientos curiosos y para despreciar, con desdén absoluto, toda clase de placeres inmundos, los cuales, ciertamente, no merecen ser deseados por los hombres, puesto que los jumentos y los cerdos son más capaces de ellos. Guárdense, pues, mucho, las almas puras, de poner jamás en duda que la castidad es incomparablemente mejor que todo cuanto le es incompatible, porque, como dice San Jerónimo, el enemigo, empuja con violencia a las vírgenes al deseo de probar las delectaciones, representándoselas como infinitamente más agradables y sabrosas de lo que son, cosa que, con frecuencia, las perturba en gran manera, porque, como añade este Santo Padre, creen que es más delicioso lo que desconocen. Porque, así como la mariposa al ver la llama, anda revoloteando curiosamente en torno de ella, para ver si es tan deliciosa como hermosa, y empujada por esta ilusión, no cesa, hasta que perece en la primera prueba, de´ mismo modo, los jóvenes, de tal manera se dejan cautivar por la falsa y necia afición al placer de las llamas voluptuosas, que, después de muchos pensamientos curiosos, acaban por perderse y arruinarse en ellas, y, en esto, son más necios que las mariposas, puesto que éstas tienen algún motivo para creer que el fuego es delicioso, porque es tan bello, mientras que ellos, sabiendo que lo que buscan es extremadamente deshonesto, no por ello dejan de tener en más estima la loca y brutal delectación.

Ves, pues, que la castidad es necesaria. «Procurad la paz con todos, dice el Apóstol, y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios». Ahora bien, por la santidad entiende la castidad, como dice San Jerónimo y hace notar San Crisóstomo. No, Filotea, «nadie verá a Dios sin la castidad, nadie habitará en su santo tabernáculo, si, no es limpio de corazón»; y, como dice el mismo Salvador, «los perros y los impúdicos serán ahuyentados», y « bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

AVISOS PARA CONSERVAR LA CASTIDAD

Seas extremadamente pronta en alejarte de todos los senderos y de todos los incentivos de la impureza, porque este mal obra insensiblemente, Y, de comienzos muy insignificantes, va a parar a grandes catástrofes; siempre es más fácil huir que curarse.

Los cuerpos humanos son corno los vasos de cristal, que no se pueden llevar de manera que froten los unos con los otros, sin peligro de que se rompan, y como la fruta, que, por entera y sazonada que esté, se avería, si toca la una con la otra. La misma agua, por fresca que sea dentro de un vaso, no puede conservar la frescura durante mucho tiempo, si es tocada por algún animal de la tierra. No permitas jamás, Filotea, que nadie te toque, ni para bromear ni para acariciarte, porque, aunque, por casualidad, se pudiera conservar la castidad en medio de estas acciones, antes ligeras que maliciosas, no obstante, la frescura y la flor de la castidad reciben de ellas detrimento y pérdida; pero dejarse tocar deshonestamente es la ruina completa de la castidad.

La castidad brota del corazón como de un manantial, pero se refiere al cuerpo como a su materia; por esto se pierde por todos los sentidos del cuerpo y por los pensamientos y deseos del corazón. Es impúdico mirar, oír, hablar, oler, tocar cosas deshonestas, cuando el corazón se entretiene y se complace en ellas. San Pablo dice sin ambajes: «La fornicación ni siquiera se nombre entre nosotros». Las abejas no solamente no quieren tocar las cosas podridas, sino que huyen y aborrecen en extremo toda suerte de malos olores que de ellas emanan. La sagrada Esposa, en el Cantar de los Cantares, tiene las manos que destilan mirra, licor que preserva de la corrupción; sus labios están protegidos por una cinta carmesí, símbolo del pudor en las palabras; sus ojos son de paloma, a causa de su nitidez; sus orejas llevan pendientes de oro, señal de pureza; su nariz está siempre entre los cedros del Líbano, madera incorruptible. Tal ha de ser el alma devota: casta, pura, honesta de manos, de labios, de oídos, de ojos y de todo su cuerpo.

A este propósito, te repito las palabras que el antiguo padre Juan Casiano refiere como salidas de labios del gran San Basilio, el cual, hablando de sí mismo, dijo un día: «Yo no sé lo que son las mujeres y, no obstante, no soy virgen». Ciertamente, la castidad puede perderse de tantas maneras cuantas son las clases de lascivias y de impurezas, las cuales, según sean grandes o pequeñas, unas debilitan, otras hieren y otras dan muerte al instante. Hay ciertas familiaridades y pasiones indiscretas, frívolas y sensuales, las cuales, propiamente hablando, no violan la castidad y, no obstante, la debilitan, la enflaquecen y empañan su hermosa blancura. Hay otras libertades y pasiones, no sólo indiscretas, sino viciosas; no sólo frívolas, sino deshonestas; no sólo sensuales, sino carnales, y de éstas, la castidad sale, a lo menos, malparada y comprometida. Digo «a lo menos», porque muere y sucumbe del todo, cuando las ligerezas y la lascivia producen en la carne el último efecto del placer voluptuoso, pues entonces la castidad sucumbe más indigna, vi¡ y desgraciadamente que cuando perece por la fornicación, el adulterio o el incesto, porque estas últimas especies de vileza son tan sólo pecado, mientras que las demás, como dice Tertuliano en su libro De pudicitia, son monstruos de iniquidad y de pecado. Ahora bien, Casiano no cree, ni yo tampoco, que San Basilio se refiera a un tal desorden, cuando se acusa de no ser virgen, porque, sin duda, se refiere tan sólo a los malos y voluptuosos pensamientos, los cuales, aunque no hubiesen maculado su cuerpo, podían, no obstante, haber contaminado el corazón, de cuya castidad las almas santas son en extremo celosas,

No trates, en manera alguna, con personas impúdicas, sobre todo si, además, son desvergonzadas, como suelen serlo casi siempre; porque así como los machos cabríos, al lamer los almendros dulces, los convierten en amargos, así también estas almas malolientes y estos corazones infectos no hablan con persona alguna, del mismo o de diferente sexo, a cuyo pudor no causen algún detrimento: tienen el veneno en los ojos y en el aliento, como el basilisco. Al contrario, trata con personas castas y virtuosas; piensa y lee con frecuencia las cosas sagradas, porque «la palabra de Dios es casta» y hace castos a los que se dan a ella, por lo que David la compara con el topacio, piedra preciosa que tiene la propiedad de adormecer el ardor de la concupiscencia.

Procura estar siempre cerca de Jesucristo crucificado, espiritualmente por la meditación, y realmente por la sagrada Comunión, porque, así como los que duermen sobre la hierba llamada agnus-castus, se hacen castos y honestos, de la misma manera, si tu corazón descansa sobre Nuestro Señor, que es el verdadero Cordero casto e inmaculado, verás presto tu alma y tu corazón purificado de toda mancha y lubricidad.

Amor Amoris Tui...

Ignosce, Domine, ignosce;
amor amoris tui agit me;
tu scis, tu vides.
Non sum scrutator majestatis tuae,
sed pauper gratiae tuae.
Obsecro te per dulcedinem ...